lunes, 16 de junio de 2014

EDUCACIÓN EN LA EDAD MEDIA Pt. I: LA PATRISTICA

EDUCACIÓN EN LA EDAD MEDIA Pt. I:

LA PATRISTICA

Con la caída del imperio Romano, el ascenso y propagación del cristianismo como religión principal en la mayoría de países del viejo mundo y los cambios de un sistema de producción basado en el esclavismo al feudalismo, se dieron muchas pautas que cambiaron considerablemente los aspectos de vida y necesidades de las personas en esa época, en un inicio la idea primordial era la propagación y enseñanza de la “buena nueva” anunciada por Jesucristo y predicada por sus apósteles, la cual estaba recogida principalmente en los evangelios que estos escribieron y que anunciaba el reino de Dios y la necesidad de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, “La “buena nueva” se proponía pues a realizar un específico ideal pedagógico: formar al hombre nuevo y espiritual, al miembro del reino de Dios”[1].

En vista de lo antes expuesto, podemos señalar que en un inicio la educación impartida por la iglesia tenía como finalidad convertir en fieles de la iglesia a las personas, era una educación que precedía al bautismo, la iglesia en un primer momento no le prestaba mayor importancia a la educación común, que si bien no estaban de acuerdo con ella, encontraba útil en el aspecto que alfabetizaba a las personas, siendo necesario que aquellos que siguieran las enseñanzas de Dios y la Biblia, pudieran entender lo que dicho texto plasmaba. La educación cristiana en este contexto aun primitivo, fue pasando por cambios, desde que era impartida por fieles denominados maestros hasta que pasó a manos de sacerdotes en las denominadas escuelas de catecúmenos, que a medida que las personas se convirtieron al cristianismo fueron perdiendo auge.

Como se logra apreciar la finalidad primordial de la iglesia en estos siglos no era una educación universal, sino más bien la formación de nuevos miembros y futuros dirigentes de la iglesia.

En vista del fortalecimiento que estaba teniendo la iglesia, se vio necesario sentar una base y unificación tanto religiosa como filosófica que sustentara una sistematización intelectual de sus preceptos, retomando los aportes de los filósofos clásicos y unificándolos con la fe cristiana, de lo cual se denomina el período de la patrística, es decir el de los padres de la iglesia, que se encargaron de crear la base en la cual se regiría la iglesia. Podemos afirmar que en este período, la iglesia fungió con las funciones de defensa y propagación del cristianismo, formulación doctrinal de las creencias cristianas y la reelaboración de las doctrinas ya formuladas.

Los autores, religiosos y filósofos buscaban darle solución a situaciones referentes a Dios y a Jesús, como hijo de Dios, basándose en preceptos filosóficos y creando nuevos, entablando por una parte la corporeidad e incorporeidad de Dios, el alma y este mundo y buscando establecer la dinámica en la cual estos conceptos interactúan en la realidad. Para lo cual incluso algunos padres de la iglesia retomaban preceptos filosóficos propios de la época antigua, los cuales para algunos eran considerados paganos y que debían de ser ignorados, acoplando las ideas establecidas por los grandes filósofos a la fe cristiana, vemos una interesante relación al respecto ya que por ejemplo Aristóteles fundador de la metafísica dio la pauta a la teología, la cual fue encaminada a tratar de aproximarse a la idea del Dios cristiano y sigue siendo de gran importancia en cuanto a las enseñanzas que reciben los teólogos hasta nuestros días, del mismo modo el hecho de considerar conceptos como el alma, la inmortalidad de ésta y cierto menosprecio al mundo sensible material, fueron ideas tratadas por Platón con anterioridad.

La orientación de la cultura medieval se concentró en los aspectos espirituales del hombre ignorando o pasando por alto los considerados como terrenales, materiales o prácticos. Por lo tanto, es en este momento que podemos señalar uno de los principales problemas respecto a este período ya que aquel animo por descubrir el entorno que nos rodeaba entablado por los antiguos pensadores devino en un descuido de la investigación científica, por considerarla centrada en aspectos materiales sensibles propios de la parte peor y pecaminosa del hombre, de la misma forma se empezó a descuidar o negar en la educación todo aquello que pudiese distraer de la fe cristiana y hacer caer al hombre a preocuparse por lo que era considerado como mundano, lo cual llevó como consecuencia lógica a un grave decaimiento cultural en esta época, siendo que mucha información, tratados y obras culturales, propias de la antigüedad empezaron a perderse, a pesar de los pocos e infructuosos esfuerzos de algunos eruditos que trataron de preservar dicho conocimiento, he aquí cuando se  le suele denominar a este período histórico como la edad oscura, ya que estuvo nublada por la falta de búsqueda de conocimientos, en clara contraposición al auge de pensadores e investigadores que surgieron en otros períodos históricos del hombre.

Es importante señalar a San Agustín, uno de los más importantes padres de la iglesia, el cual sentó las bases para muchos preceptos y dogmas adoptados por la iglesia a lo largo de la historia vigentes hasta nuestros días, estableciendo la relación existente tanto de Dios con el hombre, así como de Dios con el plano material y el tiempo, todo desde una perspectiva lógico filosófica sin apartarse de la fe cristiana.

San Agustín 
San Agustín se basaba en una filosofía educativa, donde sostenía las siguientes premisas: Dudar y resolver las dudas, iluminar la fe con la razón y la razón con la fe, con esto San Agustín buscaba hacer hablar a lo que denominaba el “Maestro interior”, que no era otra cosa más que la Verdad misma que es Dios. San Agustín establece que el saber no pasa del maestro al discípulo como si éste aprendiera lo que antes ignoraba; la verdad se hallaba presente por igual tanto en el alma del discípulo como en la del maestro; la palabra de éste no hace más que volverla explícita, aquí encontramos una clara herencia de las ideas filosóficas de Sócrates y Platón donde éstos filósofos establecían que la verdad se encuentra dentro de uno y se debe buscar la forma de que dicha verdad y conocimiento se exteriorice, a lo cual Platón identificó como dichas verdades absolutas como “ideas”, San Agustín señaló que dicha verdad era Dios, he ahí la diferencia y similitud de los planteamientos de dichos pensadores.

A pesar que no estaba en contraposición con las llamadas disciplinas paganas, consideraba que éstas no bastaban para la formación del hombre, por ello incorporaba el estudio de problemas teológicos, instando a la necesidad de conocer las verdades religiosas, con lo cual buscaba la garantía de que los conocimientos se usarían en forma justa. 


San Agustín establece que debe de ser alegría y no tedio lo que debe experimentar quien enseña para que su enseñanza sea eficaz. No importa que tenga que recurrirse a la repetición, que deba usarse palabras comunes o incluso imágenes sencillas, ya que lo importante es que se deba descender al nivel del inculto, es decir al nivel de su comprensión, entablando un símil con lo que hizo Dios al encarnarse en Cristo, quien se puso al nivel del hombre y transmitía sus enseñanzas utilizando todos los medios posibles para la fácil comprensión del hombre como por ejemplo las numerosas parábolas que se encuentran en los evangelios que sirven de una forma sencilla para transmitir y enseñar el mensaje de Dios y que incluso sigue teniendo gran validez en cuanto a la predicaciones y enseñanzas que se imparten en la actualidad no solo a niños sino que también a adultos, donde se parte de ideas generales y sencillas hacia un conocimiento más particular. Este modo de enseñanza establecido por San Agustín, casi podría decirse que quien enseña aprende del que aprende, ya que al seguir las pautas establecidas por él, el educador se educa y perfecciona a sí mismo, porque las nociones viejas se renuevan en quien las enseña con auténtico empeño, con sincera dedicación, cuando al enseñar algo logramos despertar en su discípulos interés y admiración, el interés y la admiración vuelven a encenderse también en el educador y se sentirá renovado y descubrirá cosas nuevas.




[1] Historia de la pedagogía, Abbagnano, Nicola, Visalberghi, A. Editorial: Fondo de Cultura Económica, Novena reimpresión, España, 1992. Pág. 90