EDUCACIÓN EN LA EDAD
MEDIA Pt. I:
LA PATRISTICA
Con
la caída del imperio Romano, el ascenso y propagación del cristianismo como
religión principal en la mayoría de países del viejo mundo y los cambios de un
sistema de producción basado en el esclavismo al feudalismo, se dieron muchas
pautas que cambiaron considerablemente los aspectos de vida y necesidades de
las personas en esa época, en un inicio la idea primordial era la propagación y
enseñanza de la “buena nueva” anunciada por Jesucristo y predicada por sus
apósteles, la cual estaba recogida principalmente en los evangelios que estos
escribieron y que anunciaba el reino de Dios y la necesidad de amar a nuestro
prójimo como a nosotros mismos, “La “buena nueva” se proponía pues a realizar un
específico ideal pedagógico: formar al hombre nuevo y espiritual, al miembro
del reino de Dios”[1].
En
vista de lo antes expuesto, podemos señalar que en un inicio la educación
impartida por la iglesia tenía como finalidad convertir en fieles de la iglesia
a las personas, era una educación que precedía al bautismo, la iglesia en un
primer momento no le prestaba mayor importancia a la educación común, que si
bien no estaban de acuerdo con ella, encontraba útil en el aspecto que
alfabetizaba a las personas, siendo necesario que aquellos que siguieran las
enseñanzas de Dios y la Biblia, pudieran entender lo que dicho texto plasmaba.
La educación cristiana en este contexto aun primitivo, fue pasando por cambios,
desde que era impartida por fieles denominados maestros hasta que pasó a manos
de sacerdotes en las denominadas escuelas de catecúmenos, que a medida que las personas se convirtieron
al cristianismo fueron perdiendo auge.
Como
se logra apreciar la
finalidad primordial de la iglesia en estos siglos no era una educación
universal, sino más bien la formación de nuevos miembros y futuros dirigentes
de la iglesia.
En
vista del fortalecimiento que estaba teniendo la iglesia, se vio necesario
sentar una base y unificación tanto religiosa como filosófica que sustentara
una sistematización intelectual de sus preceptos, retomando los aportes de los
filósofos clásicos y unificándolos con la fe cristiana, de lo cual se denomina
el período de la patrística, es decir el de los padres de la iglesia, que se
encargaron de crear la base en la cual se regiría la iglesia. Podemos afirmar
que en este período, la iglesia fungió con las funciones de defensa y
propagación del cristianismo, formulación doctrinal de las creencias cristianas
y la reelaboración de las doctrinas ya formuladas.
Los
autores, religiosos y filósofos buscaban darle solución a situaciones
referentes a Dios y a Jesús, como hijo de Dios, basándose en preceptos
filosóficos y creando nuevos, entablando por una parte la corporeidad e
incorporeidad de Dios, el alma y este mundo y buscando establecer la dinámica
en la cual estos conceptos interactúan en la realidad. Para lo cual incluso
algunos padres de la iglesia retomaban preceptos filosóficos propios de la
época antigua, los cuales para algunos eran considerados paganos y que debían
de ser ignorados, acoplando las ideas establecidas por los grandes filósofos a
la fe cristiana, vemos una interesante relación al respecto ya que por ejemplo Aristóteles
fundador de la metafísica dio la pauta a la teología, la cual fue encaminada a
tratar de aproximarse a la idea del Dios cristiano y sigue siendo de gran
importancia en cuanto a las enseñanzas que reciben los teólogos hasta nuestros
días, del mismo modo el hecho de considerar conceptos como el alma, la
inmortalidad de ésta y cierto menosprecio al mundo sensible material, fueron
ideas tratadas por Platón con anterioridad.
La orientación de la cultura medieval se concentró
en los aspectos espirituales del hombre ignorando o pasando por alto los
considerados como terrenales, materiales o prácticos. Por lo tanto, es en este
momento que podemos señalar uno de los principales problemas respecto a este
período ya que aquel animo por descubrir el entorno que nos rodeaba entablado
por los antiguos pensadores devino en un descuido de la investigación
científica, por considerarla centrada en aspectos materiales sensibles propios
de la parte peor y pecaminosa del hombre, de la misma forma se empezó a descuidar
o negar en la educación todo aquello que pudiese distraer de la fe cristiana y
hacer caer al hombre a preocuparse por lo que era considerado como mundano, lo
cual llevó como consecuencia lógica a un grave decaimiento cultural en esta
época, siendo que mucha información, tratados y obras culturales, propias de la
antigüedad empezaron a perderse, a pesar de los pocos e infructuosos esfuerzos
de algunos eruditos que trataron de preservar dicho conocimiento, he aquí
cuando se le suele denominar a este
período histórico como la edad oscura, ya que estuvo nublada por la falta de
búsqueda de conocimientos, en clara contraposición al auge de pensadores e
investigadores que surgieron en otros períodos históricos del hombre.
Es importante señalar a San Agustín, uno de los más
importantes padres de la iglesia, el cual sentó las bases para muchos preceptos
y dogmas adoptados por la iglesia a lo largo de la historia vigentes hasta
nuestros días, estableciendo la relación existente tanto de Dios con el hombre,
así como de Dios con el plano material y el tiempo, todo desde una perspectiva
lógico filosófica sin apartarse de la fe cristiana.
San
Agustín
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San Agustín se basaba en una filosofía educativa, donde sostenía
las siguientes premisas: Dudar y resolver las dudas, iluminar la fe con la
razón y la razón con la fe, con esto San Agustín buscaba hacer hablar a lo que
denominaba el “Maestro interior”, que no era otra cosa más que la Verdad misma
que es Dios. San Agustín establece que el saber no pasa del maestro al
discípulo como si éste aprendiera lo que antes ignoraba; la verdad se hallaba
presente por igual tanto en el alma del discípulo como en la del maestro; la
palabra de éste no hace más que volverla explícita, aquí encontramos una clara
herencia de las ideas filosóficas de Sócrates y Platón donde éstos filósofos establecían
que la verdad se encuentra dentro de uno y se debe buscar la forma de que dicha
verdad y conocimiento se exteriorice, a lo cual Platón identificó como dichas
verdades absolutas como “ideas”, San Agustín señaló que dicha verdad era Dios,
he ahí la diferencia y similitud de los planteamientos de dichos pensadores.
A
pesar que no estaba en contraposición con las llamadas disciplinas paganas,
consideraba que éstas no bastaban para la formación del hombre, por ello
incorporaba el estudio de problemas teológicos, instando a la necesidad de
conocer las verdades religiosas, con lo cual buscaba la garantía de que los
conocimientos se usarían en forma justa.
San
Agustín establece que debe de ser alegría y no tedio lo que debe experimentar
quien enseña para que su enseñanza sea eficaz. No importa que tenga que
recurrirse a la repetición, que deba usarse palabras comunes o incluso imágenes
sencillas, ya que lo importante es que se deba descender al nivel del inculto,
es decir al nivel de su comprensión, entablando un símil con lo que hizo Dios
al encarnarse en Cristo, quien se puso al nivel del hombre y transmitía sus
enseñanzas utilizando todos los medios posibles para la fácil comprensión del
hombre como por ejemplo las numerosas parábolas que se encuentran en los
evangelios que sirven de una forma sencilla para transmitir y enseñar el
mensaje de Dios y que incluso sigue teniendo gran validez en cuanto a la
predicaciones y enseñanzas que se imparten en la actualidad no solo a niños
sino que también a adultos, donde se parte de ideas generales y sencillas hacia
un conocimiento más particular. Este modo de enseñanza establecido por San Agustín,
casi podría decirse que quien enseña aprende del que aprende, ya que al seguir
las pautas establecidas por él, el educador se educa y perfecciona a sí mismo,
porque las nociones viejas se renuevan en quien las enseña con auténtico
empeño, con sincera dedicación, cuando al enseñar algo logramos despertar en su
discípulos interés y admiración, el interés y la admiración vuelven a
encenderse también en el educador y se sentirá renovado y descubrirá cosas
nuevas.
[1]
Historia de la pedagogía, Abbagnano, Nicola, Visalberghi, A. Editorial: Fondo
de Cultura Económica, Novena reimpresión, España, 1992. Pág. 90